El último 30 de abril, Facundo Astudillo Castro salió de la localidad bonaerense de Pedro Luro rumbo a Bahía Blanca: buscaba hacer el trayecto a dedo para llegar hasta la casa de la ex novia.
Nunca llegó a destino ni nadie lo volvió a ver: la Policía Bonaerense dice que lo detuvieron en un retén, le labraron un acta por romper la cuarentena y lo dejaron seguir pero la familia denuncia que se trata de una desaparición forzada.
Los hechos fácticos indican que nada se avanzó en los primeros dos meses decisivos mientras los policías que lo arrestaron no estaban apartados de la investigación: tampoco hubo pistas firmes que avalen la versión policial.
Recién el 13 de julio empezó el despliegue de fuerzas nacionales para el rastrillaje: participó de los mismos la Policía Federal, Gendarmería, Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) y Prefectura en coordinación coordinaron con agentes federales de Mar del Plata, Necochea, Olavarría, Tandil, Pinamar, Chascomús, Dolores, Azul y Bahía Blanca.
En las últimas semanas también se decidió la intervención de la PROCUVIN para acompañar en la toma de declaraciones y ofrecer protección a los testigos.
El último viernes durante el primer allanamiento a la comisaría -participaron policías federales, la fiscalía, la familia y el perito Marcos Herrero con sus perros adiestrados- se encontró un objeto del joven de 22 años: era un regalo que le había hecho su abuela a él y a sus hermanos. El mismo estaba en un depósito de basura en esa dependencia policial: la Policía Bonaerense había afirmado una y otra vez que el chico nunca estuvo ahí.
El 22 de julio un perro entrenado ya había detectado rastros de sangre luego de olfatear un cuellito de lana que utilizaba el joven: marcó “esencia odorífera” de Facundo Castro en un móvil policial 22.788 del mismo destacamento, asignado al oficial Alberto González.