La final de la Copa Libertadores de América no pudo jugarse tal como estaba programada por agresiones a jugadores, un pésimo operativo policial y enfrentamientos de hinchas/barrabravas/lúmpenes con efectivos de seguridad.

Todo comenzó cuando el micro con los jugadores de Boca Juniors se desvió por órdenes de las fuerzas policiales y pasó por una calle repleta de hinchas de River Plate. El vehículo quedó destrozado, los vidrios estallaron y los gases lacrimógenos entraron por las ventanillas rotas.

La CONMEBOL aplazó tres veces el horario del partido y, en conjunto con la FIFA, intimó a los jugadores “xeneizes” y “millonarios” para que salgan a la cancha, aún cuando ninguno quería hacerlo.

Pablo Pérez fue a una clínica a atenderse y volvió al “Monumental” con un parche en el ojo. Entremedio, el médico de la entidad sudamericana constató “lesiones superficiales” en varios jugadores del equipo visitante pero, no obstante esto, afirmó que “estaban en condiciones de jugar”.

Los renovados enfrentamientos en las cercanías de la cancha terminaron por hacer que prime “la razón” y las autoridades suspendieron el encuentro. Las corridas, los robos y los empujones volvieron a cobrar protagonismo.

Uno de los equipos no quiere jugar, y el otro tampoco querría ganar en estas condiciones. Se llegó a acuerdo, hubo un pacto de caballeros de ambos clubes. El partido se pasa para mañana a las 17“, señaló Alejandro Domínguez, presidente de la entidad sudamericana, ese sábado en medio de la incertidumbre.

Por supuesto, faltaba un capítulo más para agregarle algo más de bochorno: el domingo, cuando la gente de River empezaba a entrar nuevamente al estadio para ver la “superfinal”, la CONMEBOL comunicó que tampoco se iba a jugar.

Nada está bien en el fútbol argentino. Nada está bien en la Argentina. Otra jornada triste y vergonzosa. Otro papelón mundial.

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