Shoko Asahara, el ex gurú de la secta Aum, fue finalmente ejecutado por el gobierno japonés. Hace doce años atrás había sido condenado a muerte junto a una docena de cómplices por su papel en el ataque perpetrado en el metro de Tokio en 1995.

El atentado producido aquel 20 de marzo le costó la vida a 13 personas y causó diversas lesiones, algunas de ellas irreversibles, a otras 6.300.

Colocaron bolsas de plástico llenas de gas sarín en cinco trenes del subterráneo de la capital nipona. Agujereadas con la punta de los paraguas, las bolsas dejaron escapar el veneno letal.

Las investigaciones realizadas por la policía japonesa arrojó datos más preocupantes: si los planes de Shoko Asahara se hubieran cumplido a la perfección, hubiera sido una masacre. El guró estuvo planeando durante años arrojar el gas a través de helicópteros. Llegó, incluso, a entrenar a algunos de sus seguidores en el manejo de estos aparatos.

Tras conocer la noticia de su ahorcamiento, las opinión pública se mostró dividida: aunque buena parte de la población está en contra de la pena capital, muchos sostienen que él “se lo merecía” por el tipo de crimen que cometió.

“Estoy en contra de las ejecuciones, pero lo que hizo era imperdonable”, sentenció Kanagawa Prefecture, de 71 años, al diario “Japan Times”.

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