? Por: Maximiliano Hauret
Parte importante de la vida cultural y militar de la Unión Soviética pasó por los shows aéreos. Tal es así que, ya muerto Lenin y con Trotski en el exilio, Stalin — a través de la figura poco conocida de Yakov Alksnis — decidió establecer formalmente en 1933 el “Día de la Aviación Soviética”, también conocido como “Día de las Fuerzas Aéreas Soviéticas”.
Siempre que el clima lo permitió, el mismo tuvo lugar cada tercer sábado de agosto. Aquel año, el honor de inaugurar la festividad lo tuvo el Aeródromo de Khodynka, el más importante y céntrico de Moscú. Sin embargo, en la memoria y la retina de generaciones y generaciones de soviéticos quedó asociado al evento el Aeródromo de Túshino, lugar donde hoy se encuentra emplazado el “Otkrytie Arena”.
En 1937 fue el climax de euforia y concurrencia: con los efectos económicos y sociales de la colectivización haciéndose carne y la segunda guerra mundial asomándose tímidamente en el horizonte, un millón de personas se acercaron hasta ahí para observar a la masa de aviones deletreando en el aire “Lenin”, “Stalin” y “URSS”.
¿Existe una mejor manera de evocar ese siglo veinte perdido, repleto de ilusiones, fracasos, sangre e idealismo, que con esa imagen entre dantesca y rocambolesca?
Por décadas, Túshino se convirtió en el lugar donde convergieron las esperanzas, las alegrías y el asombro de millones de personas: Túshino se convirtió en un espacio por cuyas rendijas se coló el devenir de la “Historia”.
Tuvieron que pasar 54 años para que ese césped y esa tierra volvieran a recibir la furia de tantas pisadas, de tanta alegría y dolor.
Ya no existía el muro de Berlín, Stalín había muerto hace tiempo, la Unión Soviética también: Gorbachov le dio luz verde a la empresa “Time Warner” para que tenga lugar un concierto gratuito encabezado por Metallica, AC/DC, Pantera y The Black Crowes.
Para sorpresa de las autoridades rusas, el “Monsters of Rock” no atrajo a las 100.000 que estimaban: entre un millón y un millón y medio de personas se agolparon otra vez en Túshino, ya no para vivar al comunismo sino al metal.
El resto de lo que pasó aquel 28 de septiembre del 1991 casi que se puede reducir a cifras: 11.000 miembros del ejército fueron convocados para custodiar el evento; hubo enfrentamientos entre bandas, peleas con los ex KGB y pillajes que dejaron miles de heridos y, según versiones extraoficiales, algunos muertos. El gobierno, envuelto en una crisis política profunda, intentó tapar el descontrol, difundió una cifra de asistentes cercana a las 150.000 personas y pasó de hoja sin dar demasiadas explicaciones en torno a lo ocurrido. Tal vez el siglo veintiuno ruso empezó ese día.
En 2003, la sangre se apoderó del lugar: dos suicidas chechenas se hicieron explotar al ingresar al festival de música veraniego “Krylya”, popular entre los jóvenes moscovitas, matando a 15 personas e hiriendo a otras 60.
Aprovechando su desuso, en 2007, el “equipo de pueblo”, el Spartak de Moscú, anunció la construcción de su propio estadio, luego de casi un siglo de vivir de prestado, en los terrenos del viejo aeródromo. Sus planes se habían frustrado en los noventa con la transición del comunismo hacia una economía de mercado y el capitalismo, para variar, le daría otro puñetazo en 2008, cuando la crisis económica mundial echó por tierra las ilusiones de erigirlo con rapidez.
Tres años más tarde, con un poco de ayuda del dueño del club Leonid Fedun, finalmente se puso el proyecto en marcha para no detenerse: cuatro años más tarde lo inauguró con un amistoso ante el Estrella Roja de Belgrado. Desde ahí, fue sede de la Copa Confederaciones, de partidos de eliminatorias europeas y de la liga local. Eso sí, lejos quedaron las pretensiones de grandeza que supo albergar dicho espacio: más a tono con los tiempos que corren, la cancha cuenta con una capacidad máxima de 50.000 espectadores.
La vida tiene sus vueltas. La historia — ya no podemos creer en mayúsculas — también. El próximo 16 de junio, junto a una pelota, Lionel Messi se parará encima de esa porción de tierra desbordada de acontecimientos, memorias y figuras, para sumarle su grano de arena. Para alcanzar la gloria, el crack rosarino y el elenco de reparto deberán, a la distancia y sin saberlo, evocar la tradición “tushinense”: conmover, de un tirón, a millones de personas.
?? Una historia de Túshino, el lugar donde empieza la ilusión argentina en #Rusia2018