La final de la Copa Confederaciones arrancó, desde lo estrictamente futbolístico, de manera despareja: Chile asedió durante veinte minutos a Alemania.

La “Roja” desató su furia de presión, marca y circulación del balón ante el equipo de Joachim Low dejando atónitos a todos: de no ser por las manos salvadores de Ter Stegen, los europeos hubieran sufrido en el marcador desde el inicio del encuentro.

Sin embargo, los alemanes son alemanes: en la primera desconcentración de la defensa chilena, Stindl aprovechó para poner el 1 a 0. Marcelo Díaz intentó dar un rodeo con la pelota pero Werner se la quitó y, ante la salida del arquero, dejó solo al delantero de Borussia Dortmund para marcar.

A partir de ahí la dinámica de juego cambió un poco: Chile no se recuperó rápidamente del golpe y, pese a que siguió obligando con la presión alta y contó con chances para empatar, empezó a cuidarse un poco más atrás sintiéndose vulnerable.

La segunda parte fue de ida y vuelta: los sudamericanos complicaron a los alemanes de la mano de los arranques de Alexis Sánchez y Vidal mientras que Alemania, con menos ímpetu pero más solidez, escaló poco a poco algunos metros en la cancha y contó con situaciones para ampliar el marcador.

A medida que el tiempo apremiaba, Chile empezó a irse con todo contra el arco rival y otra vez Ter Stegen se convirtió en figura: desactivó bombas de Aránguiz y el resto de los atacantes chilenos para poder aguantar el resultado.

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