Ala externa del pabellon central. Recorrida acompanado por autoridades dentro del Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial Dr Borda. Foto: Hernan Zenteno 3_5_12

El lunes 9 de noviembre de 2015, Lucas Cabello recibió tres impactos de bala por parte de un polícia: en una pierna con roce en un testículo, en la zona del mentón y en un muslo.

Ala externa del pabellon central. Recorrida acompanado por autoridades dentro del Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial Dr Borda. Foto: Hernan Zenteno 3_5_12

Tres balazos, intentos de encubrimiento, presiones y amenazas a familia y vecinos: todo un enjambre de locuras, complicidades y denuncias rodeó el caso de Lucas Cabello, un joven de 20 años de edad.

Hasta la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin) salió al cruce de las versiones policiales que hablan de “enfrentamiento” o “tiroteo”: por el contrario, lo consideraron “una virtual ejecución o fusilamiento”.

“Durante mis primeros 6 años, me tocó vivir en el “Barrio Chino” de La Boca y después nos mudamos junto a toda mi familia a la calle Martín Rodríguez, donde no me tocó morir de casualidad, el día que me fusilaron, el día que tres balazos me dejaron acá, sentado en esta silla, escupiendo estas líneas”, escribió el joven para “La Garganta Poderosa”.

“Y sí, antes de recibir estos disparos, había empezado a trabajar de trapito. Hice un arreglo de palabra con el dueño del restaurant Il Matterello, en la esquina de mi casa, donde alguna vez le cuidé el auto a Tinelli, Palermo, Arruabarrena. (…) Con el paso del tiempo, la Policía empezó a hostigarme o directamente echarme, aduciendo que no podía cuidar autos en la vía pública. Sin embargo, el dueño del restaurante me dijo: ‘Cuando te paren, vos avisame a mí, que yo les explico’. Y así sucedía. Mi vida no era simplemente estupenda y, si bien por momentos la pasamos muy mal, porque no teníamos nada, nunca jamás se me pasó por la cabeza salir a robar, ni para darle de comer a mi familia. Hice las cosas bien. Pero me pegaron tres tiros”, contó.

“No me olvidaré más. No puedo. Fue la tarde del 9 de noviembre de 2015, a las 2 de la tarde, cuando estaba con mi hija y su mamá, Camila. Aquella vez, como otra, no teníamos comida. Y entonces fui a la panadería de la esquina, porque tengo la mejor onda con la panadera, pero al salir, el oficial Ayala estaba parado en la puerta de una casa vecina, donde había una consigna familiar por un conflicto entre dos personas. No era siempre un mismo policía. Me miró de arriba abajo. Le pregunté ‘¿Qué pasa?’. Me respondió: ‘Nada, andá’. (…) Seguía parado en el mismo lugar. Y cuando estaba por entrar a mi casa, me advirtió: ‘Cuidado, ojo con lo que vas a hacer’. No me quedé callado: ‘¿Vos estás loco?’, le respondí. Y empezamos a discutir, subiendo el tono, porque yo no estaba dispuesto a dejarme humillar así. ‘Yo puedo hacer lo que quiera, porque soy policía’, me dijo. Y yo le contesté otra vez: ‘Si vos fueras policía, estarías en la calle corriendo a los chorros, no metido en una casa, jugando a la play’. Yo lo sabía porque solía visitar a mi vecino, para comer unas pizzas o tomar un Gancia. ‘Callate, callate y metete adentro”, agregó Cabello.

“Entré al pasillo de mi casa y, al llegar al hall, escuché un paso fuerte en el escalón de la puerta. Di media vuelta y Ayala me estaba apuntando en la cara. No me dijo ni una palabra. Tiró. Sentí el tiro penetrándome la pera. Y los oídos me empezaron a zumbar. Fuerte, muy fuerte. Cada vez más fuerte, como si mi cabeza estuviera a punto de estallar. Caí y me golpeé el cráneo contra el piso. Por unos segundos, sólo escuché un “i” continuo en mis oídos. Y después no sentí nada más. No puedo sacarme de la mente el recuerdo del arma cuando martilla, en ese movimiento que hace para adelante y para atrás, como se ve en las películas. Ya estaba en el piso, cuando el policía se me acercó y me efectuó otros dos disparos. Camila salió del departamento y me levantó. Mi hermana le pidió ayuda al mismo tipo que me había disparado. ¿Qué se iba a imaginar cómo me acababa de fusilar?”, apuntó.

“Nunca voy a comprenderlo, no me entra en la cabeza. Yo jamás le tiraría a una persona, y menos estando en el piso. Si hubiera querido llevarme en cana, me hubiese pegado un tiro en la pierna. Pero no, quería matarme. (…) Pasan los días, pero no entiendo, no entenderé jamás. Me resulta increíble cómo un hecho provocado por un agente de la Metropolitana puede ser peritado por la misma Policía Metropolitana que lo cobija y no por una fuerza que pueda, al menos en teoría, obrar con mayor objetividad. ¡Fue esa Policía la que montó un cerco humano alrededor de mi casa, para sacarlo a Ayala! No lo taparon, para detenerlo. Lo taparon, para llevárselo”, señaló sobre el operativo policial y las amenazas sufridas.

“Ahora me espera una vida muy diferente. Desde el 1 de diciembre estoy en la clínica de rehabilitación Ciarec, ganando un poco más de independencia, a fuerza de ejercicios y terapia ocupacional. Pude volver a escribir y dibujé para mi hija con la mano derecha, a pesar de ser zurdo. Quiero recuperarme tanto como se pueda y por eso trabajo día a día para mantener el torso, mover las manos y fortalecer mis brazos. Quiero hacerle upa, otra vez. Voy asumiendo, poco a poco, que no volveré a caminar”.

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