El referéndum británico volvió a darle aire a los grupos de extrema derecha europeos para sacar la cabeza de abajo del agua y proclamar que el camino es el que ellos marcan.

Euro XXI

Una lectura errada de la salida del Reino Unido de la Unión Europea – distintos factores confluyen para que ello haya sucedido y no se debe sólo al “miedo migratorio” –  parece darles la razón: buena parte de la prensa terminó creyendo que el “sentimiento anti-europeísta” de los británicos se ancla en las consignas esgrimidas por personajes como Nigel Farage (Ukip) y no en asuntos más decisivos como la siempre problemática relación con la zona euro y la crítica hacia el establishment financiero que se rasgaba las vestiduras para permanecer.

Con este impulso, los distintos grupos y partidos derechistas y nacionalistas que vienen pisando con fuerza en Europa y alimentándose de cada ataque del Estado Islámico (ISIS) volvieron a tomar la lanza: por todas partes piden referéndums y leyes secesionistas para abandonar una Unión Europea en crisis.

Marine Le Pen, líder del Frente Nacional francés, pidió que se celebre un referéndum en Francia y en el resto de países miembro. En la misma línea corrieron los dichos del líder de la derecha holandesa, Geert Wilders. Los pedidos se replican en el resto de la UE: Matteo Salvini, eurodiputado italiano de la Lega Nord; Joerg Meuthen, de la Alternativa para Alemania (AfD); Heinz Christian Strache, del partido ultranacionalista y euroescéptico austríaco FPÖ, y más.

Según consigna el diario inglés “The Guardian”, un estudio del Royal United Services Institute (RUSI) asegura que se produjeron la misma cantidad de ataques por parte de “lobos solitarios” pertenecientes a la “extrema derecha” que del “extremismo islámico”. Sólo Anders Breivik (fundamentalisa cristiano, nacionalista e islamófobo), el autor de la masacre que del 2011 en un campamento estudiantil en el sur de Noruega, mató a 77 personas; el doble de las que perecieron en los últimos atentados perpetrados en Bruselas.

No se trata de comparar el número de víctimas sino de desentrañar el funcionamiento de la agenda mediática internacional, que suele matizar estas similitudes en el mismo grado en que condena las diferencias entre ambos “tipos” de violencia. La proximidad de muchos políticos europeos con estos grupos y partidos organizados tampoco debe soslayarse: son todas señales de los tiempos que corren y las relaciones de fuerzas entre las que se tensan y desgarran los estados nacionales europeos del siglo veintiuno.

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