Golpes, corridas, gases de la policía, saludos nazis: todos los condimentos de una Eurocopa más que caliente. ¿Un reflejo del “estado de ánimo” europeo?
Resquebrajada por la crisis migratoria, con Estados Nacionales y dirigencias políticas que espasmódicamente se debaten entre la libre circulación, Schengen, el “progresismo trademark occidental” y un viraje lento pero sostenido hacia el conservadurismo; Europa no para de convulsionar y de conjurar sus propios fantasmas.
La Eurocopa, que se pensaba que iba a estar dominada por el “terrorismo islámico” e ISIS, terminó dando un aparente giro de 180 grados: los medios y sus agendas estallaron, con una buena dosis de sorpresa, cuando ni bien empezado el torneo la “amenaza” y sus intérpretes viraron hacia el interior mismo del “Viejo Continente”.
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El asombro y el horror se materializaron en Marsella durante el primer fin de semana de la competición: toda la violencia y el nacionalismo que los atentados y las matanzas no pudieron despertar y movilizar – pese a las constantes apelaciones ideológicas (solidaridad, valores y lazo social: la vuelta de Durckheim) de la dirigencia política europea – convergieron en los puños de cientos de rusos, ingleses y franceses que protagonizaron escaramuzas en las calles de la ciudad portuaria.
El asunto no es algo aislado ni se reduce a subsidiarios del Kremlin y la Reina Isabel: hubo peleas entre alemanes y lituanos en Lille; demostraciones protofascistas y torsos desnudos tatuados con esvásticas en las tribunas de Hungría y Croacia; choques constantes con la policía y cánticos xenófobos.
Un semillero de neonazis y protofascistas que se dieron cita en el torneo continental para demostrar “quien la tiene más larga” puede tranquilamente opacar los procesos subterráneos que vienen amenazando con socavar los precarios cimientos del “bienpensante” medio europeo, sus instituciones y “creencias”: sí, son “minorías intensas” (como los “yihadistas”) pero, a su vez, la expresión palpable del horizonte de posibilidades que se le abren a la Unión Europea en una encrucijada de barreras físicas y flujo de dinero, personas e identidades.
Sería erróneo hablar de un pasado que vuelve para recobrar el terreno perdido: si para Bauman el “Holocausto” tenía “aires modernos”, no parece demasiado imprudente intentar avizorar lo que acá se está gestando. Ya hay un contorno del “Otro”, un “estado de ánimo” que agrieta las individualidades y todo un “sistema representacional universal” – derechos humanos, derechos del hombre – que comienza a perder su eficacia performativa ante cuerpos agujereados por AK-47 y sensibilidades que vuelan por el aire.
“Con esta sangre alrededor, no sé que puedo yo mirar”, cantaba el “Flaco” Spinetta en 1973, erróneamente atribuido al “rabioso” clima político pre-vuelta-de-Perón. Sin embargo, viviendo en medio de la creciente incertidumbre, el “terror” y la “excepción”, cualquier europeo sabría hoy qué retrucarle: por ahora, sólo queda mirar un poco de fútbol.
Por Maximiliano Hauret.