El “Fútbol Para Todos”, en sus versiones kirchnerista y macrista, sigue siendo un engendro que, pese a oscilar entre lo estatal y lo privado, le llena el bolsillo a muy pocos.
La corrupción y los desmanejos del que fueron parte políticos, dirigentes del fútbol y empresarios durante estos años y la pretensión de un fútbol despolitizado, al “natural”, son la punta de lanza del macrismo para barajar y dar de nuevo en lo que al “Fútbol Para Todos” refiere.
Que el uso político del fútbol – en especial sus estelares entretiempos – cansó a buena parte de la sociedad es algo que supo leer a tiempo el nuevo oficialismo; sin embargo, su posterior entrega a manos privadas de uno de los negocios más rentables de la Argentina sólo puede leerse como el reverso de una misma historia: acá hay más líneas y continuidades que rupturas abruptas.
Al igual que durante el kirchnerismo, el Estado Nacional sigue haciendo pésimos negocios al incursionar en el mundo de la pelota: antes se pagaban fortunas para disponer de minutos valiosos al aire y exasperar – y tranquilizar también, por qué no – ánimos con propaganda oficial; ahora se abona un dineral para sostener kioscos ajenos y privados, disímiles de la lógica estatal.
De la mano de Fernando Marín, ex gerenciador de Racing Club, el “FPT” paga 881 millones de pesos a la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) en concepto de derechos televisivos; no obstante esto, se vendió la exclusividad de los partidos más importantes a tres canales: Telefé, América y Canal 13.
Las señales se quedaron con los encuentros que jueguen Boca, River, San Lorenzo, Independiente y Racing por sólo 45 millones de pesos. Periodistas como Ramón Indart estiman que, en concepto de publicidad, podrían recuperaren una sola transmisión 3.600.000 de pesos: un negocio redondo.
Según publicó Andres Fidanza en Perfil, las nuevas directivas dirigenciales prohibieron expresamente en las transmisiones que se haga cualquier tipo de alusión al kirchnerismo, así como también quedaron borradas del léxico frases como “en todo el país”, “de Ushuaia a La Quiaca” o “el fútbol grande de la Argentina”. Ni los camarógrafos se salvaron: se les pidió que no enfoquen banderas políticas que estén en las tribunas.
Que el último gobierno de Cristina Fernández de Kirchner gastó millones y millones sólo con el objetivo de monopolizar los mensajes que se emitían en las transmisiones es tan verdadero como falsa es esta apelación a lo “natural” que intenta poner en juego el macrismo y a la idea de despojarlo de cualquier tipo de ideología : detrás del fútbol hay negocios, el Estado sigue metido y, además, financiando bolsillos privados.