Ni flagelo ni catástrofe natural: la desida e inacción estatal volvió a sumir a buena parte de la Provincia de Buenos Aires bajo el agua.
Como en noviembre de 2014 o septiembre de 2009 en San Antonio de Areco y Luján; como en abril de 2013 en La Plata; las reacciones de los políticos terminan siempre siendo tardías e inútiles: al que no le tocó inundarse – si, es simplemente una cuestión de suerte – se regodea de sus “obras” y su “trabajo” a lo largo de su “gestión”; mientras tanto, el intendente o gobernador inundado, por el contrario, tiene que salir a sacarse alguna foto, culpar a la naturaleza y pedir desesperanzadoramente que pare la lluvia.
Reforzar el sentido catastrófico de los hechos suele ser el primer recurso al que echan mano: “tragedia climática” y “calentamiento global” son las palabras más repetidas por el político de turno ante las cámaras de televisión, en declaraciones radiales o a través de las redes sociales.
Es verdad que debido al cambio climático los fenómenos extremos se han incrementado en intensidad y frecuencia; no obstante, y teniendo en cuenta que en muchos casos la conexión entre el problema climático de turno no tiene estricta correlación con los cambios globales, esto no exime a la dirigencia política argentina de sus responsabilidades.
El cambio climático, en vez de ser usado para prevenir nuevas muertes, se utiliza como excusa y para invisibilizar los factores económicos y políticos que subyacen detrás.
¿Cuál de ellos está exento de gastar millones y millones de dólares tirados en obras hidráulicas que no sirven para solucionar los problemas sino que son meros paliativos?. No es azaroso que la palabra mágica y más invocada del momento sean los “aliviadores”.
¿Cuántos terminan siendo cómplices de los canales de riego clandestino que siguen existiendo y expandiéndose al compás de la sojización de los campos? ¿Cuántos se inundan las billeteras con plata gracias a la especulación inmobiliaria y el relleno de tierras? ¿Quién se hace cargo del desmonte de hectáreas y de hectáreas de árboles?
Más allá de la nula implementación de políticas graduales de adaptación a los nuevos fenómenos climatológicos, todos los intendentes y gobernadores forman parte del mismo sistema perverso en el que los más ricos se llenan los bolsillos a costa de los que tienen al lado.
Por lo visto, en esta oportunidad la redistribución también alcanza a los más pobres: los bolsillos se les llenan, pero de agua.