El Doctor Carrasco confirmó los efectos devastados del glifosato sobre la salud humana y se plegó a los pueblos fumigados en su lucha contra las corporaciones y el modelo reprimarizador extractivo-tóxico gubernamental.
Andrés Carrasco, médico argentino especializado en biología molecular y en biología del desarrollo, murió el 10 de mayo del 2014: los últimos años de su vida se los pasó luchando contra el gobierno, el establishment científico y las corporaciones tras haber confirmado los efectos devastadores del glifosato.
“No descubrí nada nuevo. Digo lo mismo que las familias que son fumigadas, sólo que lo confirmé en un laboratorio”, solía decir ante quienes los entrevistaba, según cuenta el periodista Darío Aranda en Mu.
El por entonces ministro de Ciencia, Lino Barañao, desacreditó encarecidamente su trabajo y, en un doble movimiento, defendió a la política extractiva gubernamental y al glifosato.
A Carrasco poco le importó y denunció incansablemente acuerdos entre Monsanto y Barrick Gold con la comunidad científica y, especialmente, con el Conicet: “La gente sufre y los científicos se vuelven empresarios o socios de multinacionales. Son hipócritas, cipayos de las corporaciones, pero tienen miedo. Saben que no pueden tapar el sol con la mano. Hay pruebas científicas y, sobre todo, hay centenares de pueblos que son la prueba viva de la emergencia sanitaria”.
A principios de 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) – y luego de un año de trabajo, en que participaron 17 expertos de once países – confirmó que el glifosato puede provocar cáncer en humanos: punto para Carrasco.
La escala a la que aplica glifosato en la Argentina nos permite dar cuenta del impacto central de las críticas y denuncias del ya fallecido doctor: se utiliza en más de 28 millones de hectáreas, volcando a los suelos más de 300 millones de litros cada año. Se rocían los campos de soja transgénica, maíz y algodón con el herbicida para que nada crezca, a excepción de los transgénicos.