El 23 de enero de 1989 un grupo de 46 militantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) coparon el Regimiento de Infantería Mecanizado III General Belgrano del Ejército Argentino (RIM 3) de La Tablada. Un puñado de ellos saldría recién el 24. ¿Locura, trampa, contrainteligencia o un producto de la sociedad argentina?
Cuando a las 6:25 del 23 de enero de 1989, un camión Ford F7000 repartidor de Coca-Cola embistió las puertas del Regimiento de Infantería Mecanizado III General Belgrano del Ejército Argentino (RIM 3) de La Tablada, en la Provincia de Buenos Aires; pocos se imaginaban que 46 militantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) se prestaban a llevar adelante el último hecho armado de la historia argentina.
El plan inicial de los militantes del MTP – que según su versión oficial “venían a parar un golpe” – era ingresar a las seis de la mañana, tomar el control del regimiento, llegar a los tanques y marchar hacia Plaza de Mayo. El plazo máximo para permanecer adentro en caso de que surgiera una complicación eran las nueve de la mañana: tan sólo un puñado de ellos pudieron salir recién el 24 de enero, tras casi treinta horas de combate, heridos, torturados y sabiendo que había compañeros fusilados y desaparecidos.
Ante el alerta del copamiento, comenzaron a llegar policías al lugar. Luego de una primera versión de otro alzamiento carapintada, la presencia de mujeres y jóvenes con pelo largo entre los atacantes alejó cualquier incertidumbre: eran militantes de izquierda.
Con el correr de las horas se sumaron carapintadas autoconvocados, civiles y otras fuerzas. A partir de allí, se desató “una represión brutal e innecesaria carnicería humana a manos de cuantos policías y militares genocidas pasaron por el lugar y se sintieron convocados a actuar con la certeza de su total impunidad, allí estuvieron y dieron una clara lección de lo que habían sido en el pasado, acerca de cómo eran capaces de comportarse cuando tenían libertad” (Juan Carlos Marín en “Los hechos armados”, p. 171-172).
Los sucesos de Semana Santa de 1987 fueron un quiebre en la caracterización política de la conducción del Movimiento Todos por la Patria (MTP).
La “capitulación” del entonces presidente Raúl Alfonsín – con su famoso “Felices Pascuas” y tratando a los responsables del alzamiento carapintada como “Héroes de Malvinas” – constituyó la primera derrota de la frágil resistencia democrática frente a los embates de los sectores más conservadores de la sociedad argentina.
En una sociedad atemorizada, en donde poco a poco se vislumbraban y desplegaban los efectos del terror implantado por la última dictadura militar; las sublevaciones militares no hacían más que escarmentar a una población presa del terror.
Los hechos de Villa Martelli (diciembre de 1988) constituyeron otro de los puntos nodales de lo que se condensará en Tablada. Allí se produjeron heridos y muertos en medio de los enfrentamientos cuerpo a cuerpo entre los civiles que habían rodeado el cuartel y los carapintada. La posibilidad de una resistencia civil y armada a los alzamientos y sublevaciones militares tomó consideración en la conducción del MTP, que veían un “vacío de poder” ante las dubitaciones del radicalismo.
Convencidos de que “el poder es algo que se toma” y presos de un vanguardismo propio de una particular lectura ideológica de la realidad; la “versión oficial” de los militantes que ingresaron al RIM III de La Tablada es que fueron a detener un golpe de Estado en ciernes.
Posibilidad de un golpe o no, todo el arco político argentino – desde los partidos de izquierda hasta Raúl Alfonsín – llamaban, por ese entonces, a defender la democracia “por todos los medios posibles”. Luego de los hechos de Tablada, el desmarque político fue general.
Imputarles el mote de “locos” a quienes realizaron el copamiento, es un modo más de negar algo que surgió en y a partir del seno mismo de la sociedad argentina. Al imputar la sociedad a sus locos su locura, no sólo les cuestionan el hecho de que es “suya” sino que, también” “hubiesen podido no producirla”.
Por todo ello, y a pesar de la espectacularidad televisiva de la que formó parte, los sucesos de Tablada fueron luego maniatados y soslayados.
Finalmente, la modalidad represiva adquirió los mismos tintes que la última dictadura militar – a excepción de la apropiación de bebés -, echando mano a todas las tecnologías de represión “cultivadas” a lo largo de las últimas dos décadas por las Fuerzas Armadas: desapariciones, torturas y vejámenes.
“El grupo de personas que se rindió fue posteriormente llevado a un lugar del cuartel donde permanecieron desnudos, boca abajo y encapuchados. Los detenidos alegan que tuvo lugar un interrogatorio ideológico, junto con torturas físicas y psicológicas por parte de los militares, bajo las órdenes de un oficial que dice: “les comunico que soy Dios y decido quién vive y quién muere”. Se les leyó una declaración que expresaba que las heridas sufridas por ellos habían sido consecuencia del combate. Les enseñaron una lista de trece nombres, en la que notaron que faltaban Francisco Provenzano, Berta Calvo y Carlos Samojedny. Los cadáveres de Provenzano y Calvo fueron posteriormente identificados por sus familiares, pero Samojedny continúa desaparecido.” (Informe CIDH)