232 muertos, alrededor de 150 desaparecidos y 115 sobrevivientes es, por el momento, el saldo del naufragio de un barco que transportaba inmigrantes ilegales de Libia a las costas italianas. En las últimas dos décadas, más de 8.000 personas murieron intentando cruzar a Lampedusa.
La isla de Lampedusa, política y administrativamente italiana, se encuentra a 205 kilómetros de la isla de Sicilia y a tan sólo 113 kilómetros de Túnez. Ubicada geográficamente en territorio africano, ha sido en los últimos tiempos la puerta de entrada de cientos de miles de inmigrantes africanos que, cuando no le escapan a la guerra y las persecuciones, le escapan al hambre.
El jueves 3 de octubre, el barco que llevaba a bordo a más de 400 personas, fugitivas de Eritrea y Somalía, se incendió y hundió a sólo medio kilómetro de la isla italiana.
“Intentamos mandar señales y el capitán prendió fuego a una camiseta en lo alto del barco“, recuerda Alí, sobreviviente del naufragio y del régimen dictatorial de Eritrea por el que se venía escapando. “Cuando la gente vió las llamas, se precipitaron todos al otro lado y el barco se desequilibró. Muchos cayeron al fondo del mar. Ahí empezó el terror”.
Con 232 muertos confirmados hasta el momento, los rescatistas intentan recuperar los cuerpos de alrededor de 150 personas. “Están todos pegados unos con otros”, aseguraron. “Cada uno tiene no más de 30 centímetros de espacio. Hay pilas de hombres y mujeres en la bodega del pesquero”. En la bodega viajaban hacinados los que menos pagaron por el embarque; los pobres entre los pobres. La gran mayoría de los 155 supervivientes (154 de Eritrea y uno de Túnez) debieron pagar, como Alí, 1.400 dólares por embarcar en Libia con destino a Lampedusa.
Los conflictos territoriales y las cruentas guerras civiles, los abusos contra los derechos humanos, la pobreza y el hambre son los factores clave que llevan a buena parte de la población africada y de oriente medio a huir o emigrar de sus países de origen. A pesar de las políticas restrictivas europeas y el creciente control fronterizo, el flujo masivo de inmigrantes al continente no se detiene: días después del hundimiento frente a las costas de Lampedusa, unos 200 inmigrantes debieron ser rescatados del mar por dos barcos en el sudeste de Sicilia.
Los ministros de Interior de la Unión Europea (UE) prometieron ensayar una respuesta ante el dramático suceso, sobre todo luego de que Italia haya reclamado una mayor implicación para afrontar la llegada masiva de indocumentados que sufren sus costas. El tratamiento será cauteloso y el terreno donde pisan es movedizo; la indignación mundial ante este tipo de sucesos se contrasta con el ánimo popular de buena parte de la sociedad europea en lo que respecta a la inmigración ilegal: las crisis económicas constituyen siempre un terreno fértil para el aumento de la discriminación y el hostigamiento de estos sectores.
Lampedusa es el fiel reflejo de este juego perverso por parte de las autoridades europeas que combinan el rechazo y la persecución con la inacción. En las últimas dos décadas, más de 8.000 personas han muerto frente a las costas de esta isla del sur de Italia. La desprotección es total.
En un acto de cinismo, el primer ministro de Italia, Enrico Letta, le otorgó simbólicamente la nacionalidad italiana a los muertos del naufragio. Al mismo tiempo, la fiscalía de Agrigento, en Sicilia, acusaba a los 115 sobrevivientes de inmigración clandestina, castigado con una multa de 5.000 euros y la expulsión.
Los inmigrantes ilegales seguirán llegando a las costas españolas, portuguesas e italianas; así como también las muertes, los naufragios y las catástrofes seguirán sucediendo. El problema no es circunstancial, es crónico; y al parecer, los únicos inmigrantes que las autoridades europeas aceptan son los muertos.