Luego de finalizado el entrenamiento de Independiente en Ezeiza, el delantero del club, Luciano Leguizamón, fue insultado y amenazado por un grupo de hinchas. Esta acción se suma a un presente  convulsionado del club.

El equipo de Avellaneda se encuentra en zona de descenso directo y el viernes recibe de local a Unión de Santa Fe, rival por la lucha en la permanencia en primera división. Independiente es un infierno y no encuentra rumbo dentro ni fuera de la cancha. Adentro, marcan mal y definen peor. Afuera, peleas políticas, atrasos salariales y amenazas de los hinchas.

Esta semana fue el turno de Leguizamón, quien hasta ahora no tuvo un buen rendimiento en lo que va de la temporada. Fue abordado por un grupo de 5 o 6 hinchas que se trasladaron hasta Ezeiza, lugar donde entrena Independiente para evitar estos “malos momentos”. Pararon su auto y comenzaron a increparlo. “Puto, pecho frío. Empezá a jugar” le dijeron, mientras Leguizamón continuaba inmóvil en su auto. “Si nos mandan a la “B”, los matamos a todos”, concluyó la amenaza con dos hinchas con medio cuerpo adentro del auto del delantero.

Ya el 5 de diciembre de 2012, Morel Rodriguez había sufrido insultos y agresiones a la salida del entrenamiento en el predio de Independiente que tiene en Wilde. Tras abrirle la puerta del auto lo increparon al grito de “Paraguayo de mierda, acá no jugués más”. Ese día, los mismos hinchas le habían entregado un papel al técnico Américo Gallego con la frase “La actitud no se negocia. Somos Independiente”. 

El problema no son sólo los hinchas de Independiente. Esto podría pasar y, de hecho, pasó en todos los equipos del fútbol argentino. El inconveniente principal es que se encuentra totalmente arraigada la idea de que esas cosas sirven y ayudan para salir de estas situaciones. Que a un equipo “le falta actitud” en vez de un buen circuito de juego o que “faltan huevos” en vez de tocar bien la pelota, son parte del acervo de conocimiento del hincha de fútbol promedio.

Y en medio, el oportunismo de dirigentes (sea para echar un técnico, para echar al presidente o para ganar minutos de televisión de cara a elecciones futuras) y barrabravas que, en una relación tan simbiótica como asquerosa, sacan provecho y se camuflan entre el sentimiento y angustia de miles que no se les ocurriría “apretar”, golpear o amenazar de muerte a un jugador, más alla de los insultos a la distancia que se escuchan frecuentemente desde las tribunas. Y es en este contexto en que estas prácticas se naturalizan y comienzan a ser legitimadas por estos mismos hinchas; hasta conformar parte de “uno de los pasos a seguir” en caso de que un equipo esté por irse al descenso, pierda un clásico o tres partidos seguidos.

¿Qué pasará por la cabeza de Leguizamón si llega a errar un gol o un pase en el partido? ¿Seguirá como si nada o pensara en su familia y las amenazas recibidas durante la semana? ¿Morel Rodriguez levantó su nivel despúes de ser insultado y discriminado en diciembre del año pasado?

Cambiar a este fútbol exige destruir. Destruir lo que lo está destruyendo. Para poder entonces construir”, escribe Dante Panzeri en el final de su libro “Fútbol, dinámica de lo impensado”. Y un poco de razón tiene.

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